Parece que el problema de la educación, por fin, está de actualidad en España. Vemos con sorpresa, sin embargo, que los medios de comunicación y la clase política malgastan sus fuerzas debatiendo sobre cuestiones absolutamente secundarias de este tema, en vez de ir a los aspectos esenciales que hacen que nuestro sistema educativo no funcione.
De nada serviría tener resuelto cualquier otro aspecto de la educación si los alumnos no quieren estudiar, no son capaces de estar en silencio dos minutos seguidos, no siguen las indicaciones del profesor, si los alumnos no hacen el más mínimo esfuerzo para concentrarse y si para ellos el mundo de la ciencia, la cultura, el pensamiento o el arte no tienen el menor interés.
Con este panorama en las aulas y la incapacidad que los padres nos comunican continuamente para hacer que sus hijos estudien en casa o cambien de actitud en clase, no puede extrañarnos que estemos a la cola de los países desarrollados en titulados en secundaria (debemos recordar que ésta es la titulación mínima que se otorga actualmente en España). El dato es especialmente grave si tenemos en cuenta que el nivel que se exige para obtenerlo es mínimo, como vemos en las clasificaciones que anualmente aparecen de los estudiantes de Bachillerato de distintos países, en las que los nuestros aparecen también muy mal parados.
El problema se manifiesta en las aulas, pero es mucho más amplio. Éste es el mismo problema que aparece en las botellonas, el fútbol o en la conducción. El mismo que se manifiesta también en las casas, donde cada vez más padres se confiesan impotentes ante la educación de sus hijos.
Sí, el problema se aparece en las aulas; pero su raíz, evidentemente, no está en ellas, sus raíces son mucho más profundas; sus causas son sociales y ahí, en la sociedad en su conjunto, es donde debemos buscarlas para atajarlas.
La causa primera, quizás, sea lo profundamente insolidarios que los adultos de nuestra generación estamos siendo con los jóvenes, con la generación que nos sigue. A nosotros, cuando fuimos muchachos nos brindaron nuestros mayores modelos de comportamiento adulto. Cada uno de nosotros tomó algunos y rechazó otros, pero todos esos modelos nos sirvieron para saber cómo queríamos ser y cómo no en los distintos órdenes de la vida.
Nosotros, sin embargo, cediendo continuamente casi en todo ante los chicos, estamos haciendo que el único modelo que va quedando sea el de ellos (que no es un modelo adulto y que ellos ya conocen). Ellos, como jóvenes que son, necesitan ser guiados y nosotros, como única guía, les ofrecemos su propia voluntad. Algo así como si enseñáramos a conducir a un niño pequeño por la autopista dejándole las llaves del coche y luego nos limitáramos a observar con cara de disgusto cómo hace en ella lo que se le antoja.
Y es que, aunque le pese a algunos cuarentones que siguen siendo adolescentes mal curados, en términos generales, un criterio adulto siempre va a ser más acertado para educar que uno de adolescente o de niño.
Cómo conseguir que los adultos, todos los adultos: como padres, como profesores, familiares, vecinos, como ciudadanos en definitiva, volvamos a tomar sin complejos las riendas de la situación. Creemos que el camino para esto debe ser muy parecido al que se está siguiendo con problemas también generalizados en nuestra sociedad como el tabaquismo, el tráfico, el consumo de drogas o la violencia de género:
1- Concienciando a la población de la dimensión del problema y de la necesidad de cambiar nuestra actuación, alarmándola en definitiva.
2- Bombardeando desde los medios de comunicación con mensajes continuos que muestren situaciones concretas y cómo reaccionar ante ellas.
3- Haciendo estas campañas de concienciación muy prolongadas en el tiempo, pues como hemos visto con otros temas de índole parecida, el cambio de las dinámicas sociales es un proceso lento.
4- Exigiendo a los medios de comunicación desde la normativa, pues hemos comprobado que las recomendaciones no son suficientes en esta cuestión, que eviten la potenciación de modelos de comportamiento perjudiciales para la educación de los jóvenes: modelos violentos, insolidarios, vagos, irresponsables, groseros, maleducados, etc., que lamentablemente tanto vemos en muchas series y programas de gran éxito y audiencia entre nuestros chicos.
5- Tomando las medidas punitivas justas, cuando sea necesario, para reconducir al joven que lo necesite o a los padres que no colaboren en la educación de sus hijos.
6- Exigiendo a los ayuntamientos y a las administraciones públicas en general que cumplan y hagan cumplir las leyes y normativas vigentes.
7- Pidiendo a las instituciones su colaboración con los centros educativos en las medidas adoptadas por éstos para corregir la conducta de los alumnos que lo necesiten.
8- Coordinando desde los ayuntamientos la actuación de todos los entes públicos locales en materia de educación y seguridad ciudadana.
9- Realizando, para todo lo anterior, reuniones periódicas de representantes de los consejos escolares de los centros educativos con representantes con capacidad ejecutiva de la administración local.
Sólo así, con un bomardeo sistemático desde los medios de comunicación y con las medidas educativas y de seguridad ciudadana necesarias, tomaremos fuerzas para guiar y decir “NO”, siempre que sea preciso, por parte de todos los agentes implicados en la educación de la población y, especialmente, de los jóvenes.
Marquemos pautas, pues, para ayudarles y exijamos a los jóvenes también el esfuerzo y la responsabilidad que todos debemos tener para seguirlas.
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